Mi nombre es Thaily, tengo 11 años y vivo en una comunidad muy bonita del Estado de México. Desde hace un año formo parte del grupo de participación infantil “Niños y Niñas Njatrjo” de World Vision México. Este espacio ha cambiado mi vida porque ahí aprendí que mi voz también puede transformar mi comunidad.
Cada semana varias niñas y niños asistimos al catecismo en la iglesia. También vamos cuando hay actividades culturales, reuniones de la comunidad o la fiesta patronal. Pero había un problema que nos afectaba a todos: no teníamos baños públicos acondicionados.
Cuando necesitábamos ir al baño, especialmente en temporada de lluvias, teníamos que hacerlo en un espacio al aire libre, resbaloso, sin privacidad y cerca de una barranca. Era peligroso y nos daba miedo. Yo pensaba: “¿Por qué no podemos tener un lugar seguro, como en otros espacios?”
En mi comunidad, los adultos se reúnen para hablar de los problemas que enfrentamos. Mi mamá forma parte de ese grupo y, por primera vez, también nos invitaron a participar a nosotras y nosotros, los niños. Eso me hizo sentir importante. Cuando expresé mi inconformidad frente a los adultos, entendí que mi opinión podía generar un cambio.
Había un sueño pero faltaban recursos
Las familias de la comunidad ya habían comenzado a construir los sanitarios con esfuerzo propio, pero aún faltaba material para terminarlos. La obra estaba detenida.
Fue entonces cuando llegó el apoyo de World Vision México, quienes creyeron en nuestras necesidades y en el valor de la participación infantil. Nos proporcionaron lo que faltaba:
Para mí, ver llegar ese apoyo fue emocionante. Sentí que alguien más también estaba escuchando lo que las niñas y los niños pedíamos. Días después, concluimos con la instalación de los materiales faltantes. Cuando vi los baños terminados, limpios, seguros y separados para hombres y mujeres, me sentí orgullosa.
No solo porque ahora teníamos un espacio digno, sino porque entendí que una niña también puede ser parte del cambio.
Ahora:
Lo que pedimos con nuestra voz se convirtió en realidad. Mi historia demuestra que cuando se escucha a la niñez, las comunidades crecen.